lunes, 26 de septiembre de 2011

Ayer...


El verano en que llegamos a Baires fue duro, pasamos de tener naturaleza, nieve, tierra, perro, gato, hongos, libertad, montañas, a un depto en caballito. Por suerte había un patio común de todo el edificio, que tenía juegos y sectores de tierra y plantas.

Ese verano conocimos a "los chicos del patio", vecinos del edificio con edades parecidas, al cabo de un año eramos un grupo de 14 chicos que se juntaban todas las tardes a jugar por horas. Los juegos iban desde fútbol, desafíos de obstáculos  intercambio de figuritas o stickers (las peluditas eran las más codiciadas) hasta cuidar de pájaros que caían del nido y los cuales adoptábamos entre todos.
Un personaje esencial en este mundo era Hélida la portera, trabajaba en el edificio hace 25 años y la habían contratado gracias a mi abuela que la recomendó. Era del campo y se había criado entre vacas y barro como mis hermanos y yo. Recuerdo un día muy traumático en el cual una de las 3 tortugas que habitaban el patio había puesto huevos y cuando le contamos a Hélida de esto, llega emocionada, agarra un huevo y ante nuestros ojos ingenuos de niños de 12 años, lo rompe en la mano y se traga el contenido. No lo podíamos creer, la habíamos llamado para que nos ayude a cuidarlos y cuando llega se los come! cuando vio nuestras miradas al borde del llanto, nos cuenta que en el campo los huevos se comen y que eran riquísimos. Nunca más pude volver a mirarla a los ojos.

Hélida era un personaje extraño, limpiaba solo las partes visibles del edificio y estaba obsesionada con las plantas que nosotros destruíamos a pelotazos y juegos como las escondidas. Le encantaba armar el árbol de navidad en el palier, siempre un mes antes de la festividad se la veía agregando adornos y luces. El árbol era un esparpajo verde que con los años se tornó una cosa deforme con colores pegados y dejó de ser puesto cuando Hélda se marchó. Le dedicó 30 años de su vida a ese edificio, conocía todos los resquicios y era la salvadora de más de un vecino en apuros. Se daba maña para todo y sabía bien como escaparse de los vecinos molestos que interrumpían sus siestas.
Recuerdo uno de los veranos en que descubrimos que mojando el piso de la entrada al patio podíamos resbalar de una pared a otra de forma rápida y haciendo formas en el piso. Jugamos a esto hasta que el vecino del primero, con quién teníamos una guerra encarnizada, dijo que no podía sacar la bici si mojábamos el piso. Gracias a él, tampoco tuvimos manguera ni pelopincho, porque al parecer un día le entró agua por la ventana y desde entonces nos sacaron ese privilegio. La guerra con él terminó el día que se mudó, con su partida murió una parte del alma del patio, porque mucho del tiempo que pasábamos ahí lo usábamos pensando travesuras para hacerle o indignados por sus constantes quejas hacia nosotros.

La ventana del cuarto de mis viejos daba hacia el patio. Cuando molestábamos mucho en el departamento nos mandaban a jugar abajo, pero con mis hermanos eramos bestias peludas y nos la pasábamos gritando y pegándonos (no se si esto cambió mucho con la edad). Cuando bajábamos mi viejo nos golpeaba el vidrio del cuarto para que paremos de gritar, a la quinta vez se cansaba y gritaba aleatoriamente el nombre de alguno de los tres. En ese momento el pánico nos invadía, sabíamos que teníamos que subir porque seriamos severamente castigados por estar hace horas gritando como monos.
En un verano que estaba muy aburrida, y como tengo alma de maestra ciruela, se me ocurrió organizar "un acto", básicamente busqué un cuento que me gustaba, reuní  a "los chicos del patio" y los organicé en roles. Ensayamos durante semanas y presentamos las obras que habíamos armado delante de nuestros padres. Fue un éxito y terminamos haciendo varias presentaciones a lo largo de los años. Una vez organizamos una kermese para juntar plata para comprar una pelopincho, era ridículo porque cocinábamos cosas con la plata de nuestros padres y después las vendíamos a nuestros padres, por ende si nos daban la plata directamente era lo mismo.

Me acuerdo una época muy divertida en la que armamos una especie de "mercado", hicimos plata falsa y nos vendíamos cosas entre nosotros. El tema es que había algunos que se encanutaban la plata y los otros más compulsivos quedábamos pobres, hacíamos más plata y todo se devaluaba. A la semana tuvimos que terminar con el juego porque ya no sabíamos que era de cada quién y uno de los chicos quería recuperar un oso que había vendido y el comprador no quería dárselo.


Luego de unos años el patio se secó y los chicos ya adolescentes dejamos de frecuentarlo, las distintas edades empezaron a verse más marcadas y el grupo se disolvió. Recuerdo estos momentos como los más felices de mi infancia. Que lástima que no puedo volver atrás, a veces me gustaría ir a jugar con los chicos del patio, inventar alguna travesura o simplemente jugar a treparnos en los árboles.

3 comentarios:

  1. Sabes... Cuando se separaron mis papas, me fui a vivir a provincia, donde habian grandes lugares, despues mas grande como a las 10 me fui a vivir a la cuidad, te entiendo perfecto ;)

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  2. mjmm.... la misma historia en distintos mundos... hola cocinero!ayer fue año nuevo y comí manjares!!! me acorde de las cenas en la casa de papá...

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  3. jajaja yo las extraño un monton!! Holaaa oye apenas me entere que tu viaje es para hacer un docu wow! Genial luego escribeme mas detalles o donde veo mas detalles acerca de eso...

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